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Conquista espacial. La ingeniera de 32 años y tatuajes que puso 10 satélites en órbita

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“Enlatar tomates”. Mientras estudiaba ingeniería industrial en la Universidad Nacional de Mar del Plata, ésa era la metáfora que usaba Josefina Álvarez Toledo para describir el futuro laboral repetitivo y carente de riesgos al que le tenía aversión. Anoche, se acostó contenta, convencida de haber escapado a ese destino tan temido.

Álvarez Toledo tiene 32 años y es la project manager del lanzamiento con el que Satellogic, una empresa desarrollada en la Argentina, pero con presencia global, acaba de poner en órbita diez nuevos satélites. Un cohete chino contratado por la empresa despegó anoche de Taiyuan, la capital de la provincia de Shanxi, y luego de unos 20 minutos de vuelo dejó los satélites en su órbita, a unos 470 kilómetros de la Tierra.

Satellogic está celebrando su décimo aniversario y ya tiene 21 satélites en el espacio. Su trabajo es fotografiar todo lo que se cruzan en las 17 vueltas diarias que dan alrededor del planeta: bosques, tierras cultivadas, obras de infraestructura, pozos petroleros, desastres ecológicos. Los gobiernos y las empresas que pagan por el servicio utilizan la información en su planificación y en el proceso de toma de decisiones.

“Soy una persona normal”, dice Álvarez Toledo mientras toma una limonada con distancia social en una vereda de Chacarita. De aros elegantes y brazos tatuados, combina la certezas de la ingeniería con la adrenalina del esquí, la escalada y, cuando visita a sus padres en Mar del Plata, el surf. Esa misma ambivalencia entre el cálculo y la aventura es la que está detrás de su trabajo en Satellogic.

Como enlace entre las áreas de diseño y el equipo de producción, gestiona la visión y el apuro de los primeros y las posibilidades de realización de los segundos. La pandemia de coronavirus complicó aún más la tarea. Álvarez Toledo y otras 11 personas viajaron a su planta de Uruguay y, luego de cumplir con los protocolos sanitarios, terminaron de fabricar los satélites que viajaron a China para su lanzamiento.

Un lavarropas

“Tienen el tamaño de un lavarropas”, dice Álvarez Toledo para describir una de las principales características del producto de Satellogic. Lejos del imaginario de los satélites enormes y costosos que lanzan empresas más tradicionales -como el Saocom, que pesa 1,5 toneladas- los de Satellogic, que cumplen otras funciones, son más modestos. Esa menor escala es la que le permitió a la empresa innovar en una industria muy poco acostumbrada a tomar riesgos.

La visión responde al creador de la empresa, Emiliano Kargieman, un exhacker porteño de 45 años que dirige la empresa desde Barcelona, donde se acaba de mudar con su mujer -Pola Oloixarac, una escritora y columnista estrella de LA NACION- y su hija.

En 2010, Kargieman estuvo en la Singularity University, un centro de estudios en Silicon Valley financiado por la NASA, Google y Nokia y se dio cuenta de que el programa espacial se guiaba por estándares anticuados y conservadores. Su punto de comparación era la informática. Ambas industrias nacieron en la posguerra, pero se desarrollaron con diferentes modelos.

Según Kargieman, el programa espacial creció con aportes de gobiernos y eso lo volvió conservador, averso al riesgo. La informática, en cambio, progresó de la mano de inversores privados y de cara al mercado. Eso hizo que las computadoras evolucionaran mucho más rápido que los satélites y la conquista del espacio. También abrió la puerta a emprendedores como él, dispuestos a innovar y arriesgar.

Charla TEDx

En una charla TEDx de 2011, Kargieman graficó su razonamiento con la imagen de un tablero de control de un transbordador espacial de esa época. Lo que alguna vez había sido el ejemplo de tecnología de punta, impactaba entonces por lo básico: tenía perillas y pantallas con números en fósforo verde, como en las computadoras de los noventa. “Estamos volando tecnología vieja”, dijo entonces.

En 2014, cuando Satellogic recién arrancaba, Álvarez Toledo era una ingeniera ambiciosa e inquieta que se había mudado a Bariloche para trabajar en el INVAP, una empresa de la provincia de Río Negro que, entre otras cosas, construye satélites. Estaba fascinada con la industria, pero se aburría, le sobraba energía y chocaba con la lógica anquilosada de una gran corporación estatal.

Los satélites se construyeron en una fábrica de Montevideo durante la pandemia
Los satélites se construyeron en una fábrica de Montevideo durante la pandemia Crédito: Satellogic

Escuchó hablar de Kargieman y, con el ímpetu de sus 24 años, le pidió una reunión. Congeniaron y pronto recibió una oferta laboral de Satellogic, que aceptó al instante. La empresa entonces era un conjunto de 20 nerds, mayoría matemáticos, ingenieros aeroespaciales y físicos, casi todos hombres. Como mujer e ingeniera industrial, Álvarez Toledo sumó su capacidad de organización y su sentido práctico y comenzó a maravillarse por la profundidad y la variedad de los temas que se discutían entre sus nuevos compañeros. “Los almuerzos eran increíbles”, dice añorando la etapa presencial, antes de la pandemia.

Los vínculos ahora son en su mayoría digitales, pero ella sigue encantada con la visión de Kargieman. “Hablás con Emi y te abre la cabeza, es un boost de energía que te ayuda a hacer zoom out y salir de la rutina”, dice. La inspiración se refiere a la forma que tiene Kargieman de pensar el desarrollo de su negocio como un modelo de pruebas continuas, iteraciones de procesos escalables que hicieron posible la actual constelación de satélites, pero también a su manera de entender la función social de la tecnología.

Los datos que provee Satellogic, dice, son vitales para tomar las decisiones que permitirán una mejor distribución y administración de los recursos disponibles en la Tierra. “Somos muchas personas y necesitamos optimizar los recursos”, explica Álvarez Toledo. También considera que, al posibilitar nuevos actores que no dependen de las maquinarias estatales, empresas como la suya democratizan el acceso a la información. Entiende que hay un riesgo en poner semejante nivel de detalle sobre los movimientos de las personas y los objetos en manos de cualquiera y dice que han hablado del tema con Kargieman. “Nuestros satélites tienen usos comerciales, no militares”, aclara.

Los satélites de Satellogic sacan fotos con gran definición de la superficie de la Tierra
Los satélites de Satellogic sacan fotos con gran definición de la superficie de la Tierra Crédito: Satellogic

Con más de 190 empleados y oficinas en Buenos Aires, Córdoba, Montevideo, Barcelona, Tel Aviv, Beijing, Charlotte y Miami, Satellogic creció mucho desde los 350.000 dólares de capital inicial con los que arrancaron. Sus comienzos fueron en Bariloche y recibieron apoyo del ministerio de Ciencia de la Argentina y del INVAP. “La Argentina tiene una trayectoria muy grande en tecnología satelital, pero liderada desde el sector público. El crecimiento de Satellogic es relevante porque incorpora a un actor privado”, explica Juan Fraire, un investigador del Conicet especializado en la industria.

La empresa es reacia a difundir sus inversiones -sólo dice que sus satélites cuestan mil veces menos que los tradicionales- pero hay algunas cifras públicas. En diciembre del año pasado, recaudaron 50 millones de dólares en su última ronda de inversiones. El dinero vino de la empresa china Tencent, el fondo brasileño Pitanga y el BID Lab.

De chica, Álvarez Toledo nunca se imaginó que la oportunidad de desarrollo en una empresa de vanguardia sería en la Argentina y rodeada de hombres afectos a hackear sistemas operativos. Esa condición minoritaria no le molesta, al contrario. Se educó en el Northern Hills, un colegio bilingüe en medio de los pinos del bosque Peralta Ramos, en Mar del Plata, y jugaba al fútbol con los chicos de su curso. “Era de las primeras que elegían cuando hacían el pan y queso para armar los equipos”, asegura.

Sus sueños de ingeniera ya no la proyectan como CEO de una empresa como Apple o Microsoft. Ahora piensa en conquistar el espacio. “Me encantaría ir a la Luna, o a la Estación Espacial Internacional”, se ilusiona.

Fuente: La Nación


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