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El inmigrante pobre que creció en una villa y hoy es un poderoso industrial

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El empresario Yeal Kim llegó a la Argentina desde Corea en 1976. Miembro de una familia numerosa de bajos recursos, se dedicó al rubro textil; hoy emplea a más de 400 personas en su fábrica y preside la Fundación ProTejer.

“Soy un bicho raro”, dice a Infobae y se ríe. La vida del empresario Yeal Kim está, justamente, llena de rarezas e imprevistos. Luego de crecer en Seúl, Corea, en una familia numerosa que se dedicaba a la producción de sweaters, su vida cambió para siempre cuando su padre decidió emprender una mudanza general a la Argentina.

Sin dinero, sin conocer el idioma y con pocos recursos, llegaron a Buenos Aires once miembros del clan y se instalaron en lo que hoy se conoce como la villa 1-11-14, en el Bajo Flores porteño. Pidieron prestado para empezar a hacer lo que sabían: tejer. Entonces compraron una máquina, que instalaron en uno de los tres ambientes de la pequeña vivienda que alquilaban y que manejaba, por turnos, toda la familia.

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Kim, que entonces tenía 18 años y no había podido terminar la secundaria en su país natal, era de los que más empeño le ponía. No se imaginaba que, más de 40 años después de aquel viaje iniciático, se convertiría en un empresario exitoso y cabeza de una empresa textil de 30 mil metros cuadrados en la localidad de San Martín que emplea a más de 470 personas. Tampoco que llegaría a ser el titular de ProTejer, una fundación que nuclea a distintos empresarios locales del mundo textil.

– ¿Cómo fue su llegada al país?

– Yo nací en Seúl, Corea. En 1976, cuando tenía 18 años, mis padres deciden venir a la Argentina. Mi padre tenía una pequeña fábrica de pulóveres en Corea. Su nivel socioeconómico era medio, pero en aquel entonces Corea era un país muy pobre. Tan pobre como Somalia. Cuando decide venir para acá vende su fábrica y su casa. Aún vendiendo todo no le alcanzaba para pagar el pasaje de toda la familia.

– ¿Por qué Argentina?

– Él tenía amigos y conocidos en Argentina y Paraguay. Se escribía con ellos. Ellos casi que hablaban de Argentina como una Tierra Prometida. Decían que acá la carne era barata, la comida era buena, que había buenos cereales. Para que tengan una idea, en aquel momento el consumo de carne vacuna en Corea no llegaba a 100 gramos per cápita. Lo cierto es que nosotros llegamos a Argentina con 2 mil dólares en negativo. Como muchas de las comunidades de inmigrantes, que vienen sin capital, empezamos a trabajar en algo vinculado al trabajo manual, a la manufactura.

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– ¿Cómo estaba compuesta la familia?

– Somos siete hermanos, algunos ya estaban casados. Vinimos todos. Empezamos a vivir en la villa 1 11 14. En ese momento la comunidad coreana vivía en esa villa, otro tanto en Fuerte Apache y otros cerca de Ciudad Evita. Cuando uno llega a un país donde no conoce el idioma, no conoce a nadie y sin plata tiene que trabajar en algo con fuerza física. Por eso muchos de la comunidad coreana se dedicaron a ser costureros o tejedores. Como mi padre allá tenía una fábrica de pulóveres naturalmente nos dedicamos a eso acá. No eran nuestros pulóveres, digamos, sino que hacíamos fasón (N. de la R.: tejían para terceros). A través de conocidos conseguimos una máquina, a pagar en cuotas. Con esa máquina trabajamos turnándonos. Nos dividimos toda la familia, un par de horas cada uno, para que la máquina trabajara las 24 horas.

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– ¿Dónde trabajaban?

– En nuestra casa de la villa 1 11 14 que era de tres ambientes. Ahí vivíamos once personasMuchos de nosotros dormíamos en el piso. Así empezamos. Con el tiempo empezamos a comprar cada vez más máquinas y a crecer. Nuestro crecimiento fue muy rápido. Uno de los secretos siempre es trabajar sin parar y sin gastar. Imagínese que si uno gana 10 mil y gasta 2 mil en comida, quedan 8 mil pesos. Empezamos a crecer bastante. Después de un mes, compramos la segunda máquina. Y al año ya teníamos 20 máquinas.

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– ¿Usted mismo manejaba aquella primera máquina?

– Sí, por turnos. Después de un año nos mudamos dentro de la villa también, pero a una casa de cuatro ambientes. Porque no teníamos lugar en la primera casa: éramos once personas y estaban las máquinas. Yo obviamente dormía casi abajo de la máquina. Pero después nos mudamos a un lugar más grande. Nos sentimos muy felices. Era la fábrica y la casa. Así empezamos. Y hasta el año 1980 empezamos a tener un negocio en el Once, a comercializar también. Fuimos creciendo hasta el año ’86. Ahí mi hermano mayor pone una fábrica de tejido de telas. Ahí arrancamos en el rubro de tejido de punto.

MOMENTOS DIFÍCILES

Los altibajos de la economía argentina de los últimos 40 años afectaron la actividad de Kim, que de todos modos siguió creciendo en su rubro. De un taller modesto la familia pasó a tener una fábrica grande. Incluso llegaron fabricar maquinaria. Sin embargo, en los ’90 la situación fue difícil y entró en concurso de acreedores. Como ocurre con varios emprendimientos familiares, la relación con algunos de sus hermanos se resintió cuando la renta del negocio bajó.

“En el ’97 el problema era muy serio. Porque casi la mitad de los que producíamos era de segunda calidad y no lo podíamos vender. Desde el 91 al 96, incluso en esa calidad, vendíamos bien. Pero después la situación económica empeora. En ese momento éramos cuatro hermanos socios. Y los cuatro teníamos cada uno una casa importante. Pero bueno, como no daban los números, tuvimos que ir vendiendo cada uno todo. Obviamente tuvimos varios problemas familiares por esto. Después, llegado un momento no pudimos sostener más el negocio. Entonces tuvimos que concursar”, apunta el empresario.

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– ¿Se asustó cuando le dijeron que entraba en concurso?

– No llegué a terminar la escuela en Corea. Nunca trabajé en relación de dependencia, salvo por unos momentos en los que fui cadete de locales limpiando pisos o haciendo paquetes. Pero nada vinculado a algún oficio porque no tenía ni tengo título de secundaria. Es decir que todo lo del concurso o manejo de empresas yo no tenía conocimiento. El abogado me decía que no íbamos a poder salir porque teníamos un pasivo muy grande. Pero algunos proveedores nos tuvieron confianza. En la plaza nadie entendió qué había pasado con nuestra empresa. Yo actué honestamente o ingenuamente. Uno de los hilanderos nos empezó a dar un pequeño crédito porque vio nuestra honestidad. Era para que produzca y volver a crecer. Como sucede en muchas familias, cuando el negocio florece todos vienen, cuando hay problemas no. Hay muchas críticas y discusiones. Dos hermanos quedamos y dos se fueron. Hace cinco años, mi hermano se fue por cuestiones de salud, así que hoy soy el único titular.

PRESENTE CON ALGUNAS DUDAS

Con más de 40 años en el país, Kim se mueve como un local. De hecho se casó en la Argentina y dos de sus tres hijos nacieron en el país.

“Acá han venido más de 100 mil coreanos. Pero los que se quedaron deben ser 30 mil. Muchos han venido para usar el país como trampolín hacia países más avanzados, como Estados Unidos o Canadá. Hoy en día la comunidad coreana acá está bien y hasta tiene tercera o cuarta generación acá. Están adaptados. En mi caso yo creo que es muy difícil que alguien me saque de Argentina”, comenta.

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– ¿Cómo está la situación del rubro, en el contexto de un gobierno que no parece tener a la industria local como una de sus prioridades?

– Yo vengo diciendo por estos días en distintos lugares que este gobierno no demuestra una clara política industrial.. Por momentos, parece que nuestro rubro fuera inviable. Yo quiero contar un tema que conozco. Yo vengo de Corea. Corea en los ’70 era un país muy pobre. Hoy es el único país que en los últimos 50 años pasó de ser un país muy pobre a uno desarrollado. El secreto fue en aquel entonces se hizo una política de industrialización del país y de exportación. Uno de los motores que traccionó muy fuerte la economía de Corea fue el textil. Seguramente se conozca acá Daewoo. Daewoo electronics empezó como textil. Es una empresa netamente textil. Y Samsung, otra de las empresas más conocidas, es un conglomerado que tenía un proyecto textil de muchos años.

– ¿Puede soñar Argentina en seguir un rumbo como el de Corea?

– Argentina es un país muy destacado intelectualmente, los argentinos son muy inteligentes. Aún así, sería ideal que tengamos trabajo digno con altos salarios y que sean trabajos muy tecnológicos. Pero para crear esos trabajos yo considero que se necesita preparación. Falta mucha educación y política de apoyo y fomento. En nuestro rubro, el textil, podemos tomar mucha mano de obra aún sin preparación. Lamentablemente en Argentina hay mucha desocupación y pobreza. Nosotros en este sentido queremos apoyar el plan de gobierno. Para nuestro sector, cuando crece la pobreza, nuestro mercado se achica.

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– ¿Cómo ve el rubro textil en este sentido en la actualidad?

– Está muy complicado. Estamos utilizando casi el 50 por ciento de nuestra capacidad instalada, es muy preocupante. Y casi 50 por ciento de nuestro sector está perdiendo plata. Además están cerrando fábricas todos los días. La semana pasada Alpargatas despidió 160 personas. Lo único que está bien es un 20 por ciento del total del textil. Es decir que dos de cada diez nomás. Mientras que cinco de cada diez están perdiendo plata y están por cerrar. Eso es muy alarmante. Hace más de 30 años que estoy con la fábrica en San Martín. Nunca he visto tanta crisis como la que está sufriendo la zona en varios rubros, es decir, la industria nacional en general.

Fuente: infobae.com


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