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Posada salteña. Una casa de 1780 y un jardín que deslumbra a quienes lo visitan

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En 2001, Jackie y Eric Henderson compraron una casa de 1780, casi en ruinas, en la localidad salteña de Cachi, pequeña ciudad inmersa en los Valles Calchaquíes. “Pasando un día por el pueblo, vimos el cartel que decía ‘Dueño vende’ y la compramos”. La casa estaba destruida y para volverla a su encanto original llamaron al arquitecto local Javier Cruz, experto en adobe. La restauración duró un año. Se convirtió así en el lugar elegido de la pareja para pasar temporadas de descanso.

Pero el espíritu inquieto de Jackie la llevó a concretar un proyecto personal: ayudar a los tejedores de la zona a vender sus productos. Durante la obra había conocido a Martín, uno de los mejores tejedores del lugar, y juntos decidieron apoyar a otros con este oficio, ofreciéndoles un punto de venta en el pueblo ya que muchos de ellos residen en el campo. “Al mismo tiempo, yo tenía un interés personal en mejorar un poco el diseño y en particular los colores que estaban utilizando”, cuenta Jackie. Así, en 2006, nació La Casa del Tejedor, como proyecto textil.

Izquierda: Jackie y Martín Liendro, su fiel ayudante en el jardín y en la posada. Derecha: El magnífico trazado del solado, construido enteramente con piedras del lecho del río. Un ñandú, una rana, el símbolo del sol y de la luna se repiten en la cerámica precolombina de los valles. Fuente: Jardín - Crédito: Inés Clusellas.

Pero desde marzo de 2019 también empezaron a recibir huéspedes y la casa se transformó en posada, con un jardín que maravilla y que sigue creciendo. Martín es hoy la mano derecha de los Henderson, es casero, ayuda en el jardín y la huerta, y hasta recibe a los visitantes cuando los anfitriones no están.

El desarrollo del jardín 

El terreno era tierra arrasada, sin una sola planta ya que había sido utilizado únicamente para el secado de pimientos durante largo tiempo. Hace 17 años, Jackie comenzó con el diseño del jardín, con la fiel ayuda de Martín.

Decidieron construir terrazas sostenidas con pircas de piedra en la parte superior, por la bajada pronunciada en el terreno. Al mismo tiempo, realizaron las escaleras y diseñaron los patios de piedra. “Opté por no tener espacios de pasto por la escasez de agua en la zona”.

Al ser un jardín ubicado en un área desértica, decidieron que -como en los jardines antiguos de los árabes- se necesitaba la presencia del agua. Así, construyeron una serie de cascadas que ofrecen un constante cantar.

Al principio pensaron un jardín únicamente de plantas nativas de la zona, pero en la práctica resultó difícil y frustrante lograrlo. Se decidió entonces crear un espacio donde la mitad se dedicaría a plantas aptas para zonas secas, como santolinas, salvias, achileas, verbenas, erigerones, tulbagias, perovskias, entre otras, entremezcladas con gramíneas nativas. “En la otra mitad seguí experimentando con el cultivo de las plantas nativas, de las cuales ya tenemos jarrilla, inca yerba, salvia silvestre, potentilla, cinco cactus distintos y varios arbustos más que todavía me falta identificar”.

Los árboles que actualmente dan sombra son en su mayoría autosembrados: algarrobo, churqui, arca, chañar, cinamomo y molle. Todos crecen más rápido que en el desierto, y ahora el jardín ofrece áreas frescas donde se ubicaron bancos.

En el sector de plantas que se van asilvestrando se ven rosas, tulbagias, alteas, santolinas, que dominan con naturalidad y gracia. El capricho de la naturaleza va haciendo lo suyo: una semilla viene mientras otra se va, dejando su huella. Pero es la sensibilidad de Jackie y su trabajo de sumar o sacar, elegir, trasplantar lo que crea el escenario perfecto para la libre expresión.

Dentro de este jardín silvestre hay senderos que lo recorren. Las vistas van cambiando, con más detalles, con más exuberancia, con arte, con abras secas y los cerros inmutables del paisaje.

El nuevo jardín será solo de cactus y suculentas, influenciado por los diseños de Steve Martino en Estados Unidos, y ya se está empezando a manifestar mediante muretes y canteros elevados hechos en piedra.El clima es la perfección: fresco de noche y más caluroso de día. Llueve entre diciembre y marzo y utilizan la acequia que trae agua de la montaña para regar durante el resto del año. Aquí una buena base. Sin embargo, los Henderson recibieron una casa y un jardín derruidos y abandonados. Con amor, delicadeza y esfuerzo levantaron La Casa del Tejedor, en profundo respeto con el lugar y su gente. Un aporte más a la belleza inherente de este paraje salteño.

LA NACION


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