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¿Quién fue Victoria Ocampo y cuál fue su gran aporte a la cultura argentina?

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¿Qué clase de feminismo se puede practicar cuando se está en contra del voto femenino? ¿Existe algo tal como “escribir como una mujer”? Estas preguntas se articulan en Victoria Ocampo, Cronista outsider (Beatriz Viterbo) de María Celia Vázquez que traza un perfil poco visitado de la intelectual feminista y antiperonista -dos líneas de su figura que colapsan entre sí- a través de la lectura atenta de los Testimonios, crónicas y ensayos publicados a lo largo de 40 años hasta poco antes de su muerte. Aparece entonces la escritora antes que la gestora cultural, la periodista que encuentra en la cercanía de lo “privado” una lengua que reivindica el género cuando todavía no se usaba esa palabra.

Podemos cerrar los ojos y evocar a Victoria Ocampo con sus anteojos de marco blanco, en una imagen tan icónica de la cultura argentina como ella caminando por la rambla de Mar del Plata o construyéndose una casa adelantada a su época que muchos consideraron un adefesio. Pero hay mucho más en Ocampo, una mujer que conquistó lugares reservados a los varones en aspectos tan diversos como manejar un auto o tener y expresar opiniones rotundas sobre aspectos de discusión pública.

Fue gestora cultural, feminista, compañera de ruta y amiga de figuras importantes de la cultura, antiperonista, liberal, enamorada del arte de vanguardia y de la idea de poner a Argentina a la altura de la tradición europea sin trastocar las jerarquías. Estuvo en el centro del escenario cultural y fundó la revista literaria más importante que tuvo el país; sin embargo, nunca se consideró escritora y también vacilaba en llamarse periodista.

Pero a través de los textos reunidos en Testimonios, Ocampo participó en los debates de su época, se ganó enemistades y fue atacada tanto por sus opiniones como por el estilo de sus intervenciones culturales. No es fácil congelar a Ocampo en una sola imagen, y mucho menos a una figura y una obra que atraviesan varias décadas de un país que se quería moderno culturalmente y asistía al auge del peronismo, la ampliación de derechos y la alternancia entre gobiernos democráticos y de facto.

En su libro Victoria Ocampo, Cronista outsider, recientemente editado por Beatriz Viterbo, María Celia Vázquez busca a la Ocampo escritora en los Testimonios, esa serie de ensayos y artículos sobre los más diversos temas que aparecieron entre 1937 y 1977 en distintos periódicos y en Sur, la revista que dirigía. Allí, en el análisis del estilo de Victoria Ocampo y las variantes de su posición en la cultura a lo largo de las décadas, Vázquez, Doctora en Letras y ex docente de Teoría Literaria en la Universidad Nacional del Sur, encuentra una Victoria que todavía estaba por leer.

¿Cómo llegaste a elegir los Testimonios como objeto?

Mi primera experiencia de lectura de los testimonios fue durante la adolescencia: me deleitaron el estilo y las escenas que inventa Victoria pero esa primera experiencia quedó en el olvido. Después ella reaparece como objeto de escarnio en los textos de los adversarios políticos del campo nacional y popular. Ante la virulencia de los ataques que le propina por ejemplo Hernández Arregui me empezó a intrigar quién era, qué había hecho esa mujer para generar tanto odio, tanta bronca.

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Ahí es entonces cuando vuelvo, o mejor, empiezo a leer bien los testimonios. Me interesa pensar a Ocampo escritora, no como gestora cultural, sobre todo la escritora que intenta agenciarse un lugar en el espacio público a través de una voz propia que articula lo privado y lo público, que habla en primera persona pero sin desdeñar ni desentenderse de la agenda común y de actualidad. Por eso me interesan sobre todo los testimonios y la figura de la escritora cronista.

¿Y cómo describirías sus intervenciones en los Testimonios?

La decisión de intervenir en el espacio público la vuelve objeto de discusión, de diatribas. Por eso creo que una de las marcas que identifican su tono y estilo como escritora sea la estrategia defensiva. Ese estar a la defensiva que atraviesa su escritura es correlativo al proceso de anatematización de la que fue objeto. Más allá del énfasis puesto en las fórmulas de intervención, siempre me llamó la atención la lengua oral, el tono coloquial y conversacional de las crónicas que hace que el (la) lector(a) practique la escucha antes que la lectura.

Cuando la leo escucho la voz, los granos de la voz, con sus matices y entonaciones. Eso me encanta y en ese sentido reivindico a Ocampo como periodista escritora o escritora periodista en el sentido superlativo de la palabra: una escritora que construye una lengua como si fuese habla. Para mí en este momento, leído en la caja de resonancias de los debates actuales, ese estar a la defensiva remite a las vicisitudes y los esfuerzos que debe realizar una mujer para conquistar ese lugar al que Ocampo aspiraba y que logró alcanzar.

A la escritura periodística de Victoria Ocampo la ubicás en el contexto de la profesionalización femenina en el ámbito periodístico, de hecho decís que en las primeras décadas del siglo XX se instaló la figura de la periodista. ¿Cómo participó V. O. en este proceso?

A diferencia de aquellas mujeres escritoras como Alfonsina Storni, por ejemplo, que ejercen la profesión de periodistas como un oficio o un trabajo, V. O. escribe crónicas para dar respuesta a su inclinación literaria o dar rienda suelta al impulso a la escritura. En ese sentido no es una periodista que ejerza el oficio en cuanto tal; quiero decir que la escritura de las crónicas no aparece mediada ni por el trabajo, en el sentido de un oficio que implica determinadas destrezas y competencia, ni por la paga o el dinero. Trabajo y dinero están siempre denegados en V. O. Claramente no es una media worker pero sí es una periodista, una cronista mejor, en tanto escribe como si lo fuera, o más precisamente compone esas textualidades propias de la prensa. Porque no es una media worker no le toca lidiar con ninguna de las presiones y exigencias que impone la profesión.

No escribe corrida por los plazos de cierre de las entregas. Ocampo ubica sus impulsos de escritura completamente al margen del proceso de profesionalización. Así como no está dispuesta a considerarse a sí misma como escritora y prefiere pensarse simplemente como un ser humano que no puede reprimir el deseo de comunicación, mucho menos aceptaría definirse como periodista. Por eso mismo llama “testimonios” a las crónicas, se niega a emplear el término técnico-profesional y prefiere la designación de testimonio que enfatiza la perspectiva personal sobre aquello que se cuenta. Ella siempre se mostró indiferente al proceso de profesionalización. Indiferente pero, aclararía yo, no impermeable a los efectos y condiciones materiales que definen el lugar de enunciación para las mujeres de la época.

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¿Cómo sería ese lugar de enunciación, esto que en un momento llamás “escribir como una mujer”? ¿Y cómo lo procesó Victoria en su escritura?

Me refiero sobre todo a las marcas que hay en la escritura de la subjetividad y de las posiciones de sujeto más que a una perspectiva esencialista, que defina a la mujer en términos esenciales. Creo que en el caso de Victoria hay una voluntad manifiesta de inscribir su subjetividad en la escritura, de exponerla, y eso para mí es escribir como una mujer. Entiendo que cuando ella dice “escribir más o menos mal, o más o menos bien, pero escribir como una mujer”, se refiere a eso. Ella construye un tono, una entonación en la que está la marca de género, entre coloquial y de proximidad, de familiaridad, que genera esa ilusión de la cercanía, de la comunicación cara a cara, como en una conversación, a través del trabajo con una lengua que se parece a un habla.

La otra cuestión es que ella construye una lengua con la voluntad de agenciarse un lugar en la escena pública, por lo tanto escribe como una periodista sin serlo para ocuparse de temas de actualidad, pero solo los que a ella le interesan. Y con respecto al lugar de enunciación que construye, es bastante novedoso para el momento porque construye una voz propia articulando lo privado y lo público. Habla en primera persona sin desentenderse de la agenda pública, colectiva.

Además del activismo, ¿en qué sentidos te parece que se puede pensarla como feminista?

En primer lugar, concreta y efectivamente Victoria incluye en su trayectoria lo que hoy llamaríamos militancia feminista. A lo largo de la vida fue compañera de ruta de diversas agrupaciones feministas argentinas, además de haber difundido la obra y promovido la lectura de escritoras feministas como Virginia Woolf, Simone de Beauvoir y Susan Sontag. El feminismo de Ocampo incluye las acciones feministas y la prédica feminista centralmente asociada a la defensa de la emancipación de la mujeres a través de la educación.

En el plano del activismo, sus intervenciones se remontan a los años 30, cuando defiende los derechos cívicos para las mujeres; puntualmente me refiero a su participación en la campaña en contra de la derogación de la ley promulgada en 1926, que otorgaba los mismos derechos civiles a las mujeres mayores de edad que a los varones. En 1936, bajo la presidencia de Justo se intentó aprobar una nueva versión del Código Civil. Entre las modificaciones que propulsaban en ese entonces se destaca la derogación de esta ley. Ante esa amenaza Victoria se suma como compañera de ruta a la Unión Argentina de Mujeres. Participa en meetings callejeros y escribe algunos folletos doctrinarios acerca de los derechos y las responsabilidades de las mujeres.

Pero, más allá de su activismo, pienso que la propia trayectoria vital y como escritora de Ocampo dan testimonio de la voluntad de abrirse camino como mujer, de abrir espacios hasta entonces vedados para las mujeres o inaugurar modalidades inéditas de intervención. Escribe como una mujer pero su producción testimonial, sus crónicas no se corresponden con la definición de literatura femenina, ya que se extralimitan tanto en los temas como en los tonos y en los recursos respecto de la demarcación genérico discursiva de la literatura escrita por y para mujeres.

¿Cómo pensaste esta paradoja de la feminista que por motivos políticos no apoya el voto femenino en el ‘47?

Por supuesto que me sorprendió muchísimo, pero ni bien me puse a trabajar con eso descubrí que era una posición compartida con el colectivo de feministas de aquella época que había tomado la misma actitud por razones claramente políticas, de hecho llevaron adelante una serie de acciones en ese sentido.

Victoria por ejemplo participa de la Asamblea Nacional de Mujeres que se congrega en el ‘45 por iniciativa de la Federación Universitaria en Buenos Aires, que sesiona dos días discutiendo los argumentos por los cuales las mujeres debían rechazar la propuesta de voto femenino impulsada por Perón, que por entonces ocupaba la Secretaría del Trabajo bajo el gobierno de facto de Farrell. Entre esos argumentos está la falta de legimitidad que poseería una ley que aprobara un consejo que no estaba funcionando democráticamente. Sin embargo en el ‘47, cuando la propuesta sale del gobierno de Perón ya como presidente electo, también se oponen.

Lo que queda claro ahí, y ese es un núcleo duro para el feminismo y la cultura argentina en general, es cómo el antiperonismo se sobreimprime y es mayor que el feminismo. En ese caso yo analizo particularmente los textos que Victoria escribe, donde ella asume una enunciación política no partidaria pero claramente antiperonista. Los argumentos que esgrime en contra de lo que ella llama “la manipulación de las mujeres” por parte del gobierno es que esa medida demagógica no quiere ampliar derechos civiles, sino más bien manipuarlas y cooptarlas.

¿Cómo se da en su caso esta tensión entre feminismo y antiperonismo?

Es muy compleja esa relación, se arma una trenza súper enredada entre antiperonismo y feminismo. Porque por un lado el rechazo a Perón y a Eva, casi fundamentalmente, hace que le baje el precio a la iniciativa oficialista de otrogar la ampliación de derechos políticos a las mujeres al otorgarles el voto; por otro lado corre a Eva, a esa líder política mujer inédita en la historia argentina, con argumentos más feministas. Dice por ejemplo, ésta es una mujer que habla por un hombre, que está hablada por Perón, que está mediada por la voz del otro, que es una fanática, por otro lado demoniza esa figura y la reconstruye como una figura muy retardataria en relación al modelo de mujer. Victoria pensaba en un modelo de mujer al que aspiraban ella y sus compañeras de ruta feministas, emancipadas, liberadas, conquistando el mundo de la cultura y del trabajo, del trabajo cultural sobre todo. Es interesante cómo por un lado le baja el precio y por el otro la corre a Eva con más feminismo.

Decís en un momento que leer a Victoria Ocampo fue una experiencia que describirías como incómoda. ¿De dónde surge esta incomodidad, y por qué te pareció importante mantenerla como tal?

No siempre me he sentido cómoda leyendo a Victoria, en buena medida porque no siempre participo de sus puntos de vista, hay una perspectiva de clase que si bien no aparece sin inflexiones propias, por momentos me aleja mucho de su modo de percibir y hasta de cierta sensibilidad. También diferencias de tipo ideológico y político; lo que decía en el caso del voto femenino, ella como antiperonista no puede comprender que es un gran beneficio para las mujeres la sanción de la ley que las obliga a votar.

Pero me interesa esa incomodidad, esos momentos donde las cosas se desacomodan, cómo era feminista, era progresista, en la década del 30 asume una postura claramente progresista frente al nacionalismo católico, o en su posición frente a la Guerra Civil Española, no tanto a favor de la causa republicana pero sí en contra del franquismo y de posiciones nacionalistas más exacerbadas. Ahí asuma una posición humanista y progresista, pero diez años después cambia de signo su posición, o por lo menos no está tan claramente en el mismo lugar. Lo que pasa es el peronismo, ahí tenemos una zona de incomodidad. Yo no comparto esa perspectiva sobre el peronismo y sin embargo en lugar de demonizar o rechazar, trato de hacerme cargo de la incomodidad que eso me provoca y desplegarla, poder leer algo ahí.

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¿Qué te interesó leer en el relato de sus encuentros con Virginia Woolf?

Victoria relata muchas veces, con insistencia a lo largo de los Testimonios, los episodios que vivió con Virginia Woolf. Lo que hay en ellos es primero la fascinación que siente esta escritora argentina por aquella otra inglesa ya consagrada, excelente narradora y ensayista y con planteos feministas. Lo interesante es que cuando Victoria narra esa admiración, no evita contar las escenas de humillación que le propinó la “amiga” inglesa, hay un deseo fuerte de contar las dos cosas a la vez, la fascinación y la herida. Esas escenas de humillación son como un lugar común cuando se revisa las relaciones de los escritores argentinos o latinoamericanos en la escena europea.

Victoria apela a la ironía y ensaya lo que (Josefina) Ludmer llamaría “las tretas del débil”, esa subalternidad que por lo menos se pone en suspenso por el recurso de la ironía y el humor. Por ejemplo cuenta que cuando las presentan en una exposición de Man Ray, Virginia le dice “Ay, una mujer sudamericana, me imagino las praderas llenas de flores y los caballos salvajes y los negros con torsos tornasolados”, toda una imagen exótica de Victoria y del mundo de donde venía. Victoria en lugar de dejarlo pasar entra en el juego y le manda una caja con unas mariposas pegadas, como para reforzar la fantasía exótica de Virginia Woolf.

Victoria había declarado que la primera vez que se juntó con Virginia en su casa le molestaban hasta los ronquidos de Flush, el perro, porque tenía todo que aprender, porque tenía que saciar el hambre sudamericano; en esa sobreactuación de lo que no sabemos o lo que nos falta, el no saber está del lado de ella. Pero en la escena de las mariposas está puesto del lado de Virginia, Victoria le sigue el juego y refuerza ese costado de no saber de Woolf. Ahí aparece también el papel que juega ser argentina en el proceso de autofiguración de Victoria, ser argentina y sudamericana tiene un valor positivo o negativo.

¿De qué modo va variando el valor de la argentinidad?

Cuando es ante los compatriotas apela a su argentinidad como un don, habla de su origen criollo que se remonta a la época de la conquista, dice ser tan naturalmente argentina como la Pampa. Por supuesto que es un artificio retórico. Sin embargo ante los europeos, ser argentino es asumir una condición de inferioridad, venir de un mundo que no posee la tradición en la que quiere insertarse. En ese sentido la condición de sudamericana y la condición de género son los dos factores que Victoria usa para construir su alteridad.

Ella construye una política de la doble minoridad, pero hay que hacer una distinción: cuando ella habla como mujer, de ninguna manera acepta la superioridad masculina, la rechaza de plano. Trata de alcanzar la igualdad, a través de la ampliación de derechos y de construir un espacio de enunciación donde ella pueda hablar en primera persona en cuestiones donde se entrelazan lo privado y lo público. En cambio con respecto a lo europeo, acepta la superioridad, entiende esa inferioridad como un dato objetivo y trata de construir una gesta cultural que le permita acercar posiciones, reparar esas carencias de alguna manera.

¿Cómo fue trabajar durante varios años con la misma figura? ¿Victoria se fue transformando para vos en el proceso?

Sí, nos fuimos transformando las dos. Lo primero que pienso es que a mí me costó llegar a Victoria porque tenía reparos, prejuicios. Me preguntaba si daría para que me ocupara durante tanto tiempo sobre este tema. Entonces primero tuve que recorrer un largo camino hasta que le pude entrar. La primera figura que yo trabajé fue la de la polemista, la Victoria que contesta aunque parezca que no lo haga. Es muy constitutiva de la historia cultural argentina del siglo XX, y me parece muy interesante que sea una mujer quien encarna esa figura desde la década del 30 hasta el momento de su muerte.

Ahí está toda esa mirada de la estrategia defensiva, de la voluntad de intervención de ella, me pegan pero yo salgo a defenderme aunque parezca que estoy hablando de otra cosa. Hay toda una serie de maniobras ligadas a la figura de la polemista, en el libro está sobre todo en la parte de Litigios. Después va apareciendo más clara para mí esta condición de la escritora como un problema, como una espina, porque siempre me llamó la atención una afirmación de ella, tipo confesión, cuando dice “no puedo dejar de escribir, sin embargo no soy una escritora”. Siempre volví a esa pregunta. Y ahí me parece que encontré uno de los nudos más interesantes para pensar su relación como escritora con el periodismo y en definitiva como cronista.

No soy escritora de ficción pero no puedo dejar de escribir sobre mí misma y escribo de cosas de actualidad, pero solo de aquellas que tienen una significación para mí. Ahí está la cronista, que hace converger en su texto algo de información, muchísimo de opinión. Por último está la feminista. Hay una figura que me quedó sin trabajar pero me hubiese gustado, que es ella como lectora, la common reader de la que habla Virginia Woolf y a la que ella invoca para hablar de sí misma como lectora. Y sobre todo como lectora de Proust. Para mí Victoria tiene mucho de Proust en su escritura y en su sensibilidad, me parece algo interesante para pensar. Despliega como lectora una subjetividad amorosa y sensual y a la vez una mundanidad, que aparece sobre todo en las cartas. Ahí hay otro mundo. Pero tal vez es algo que quedará para otra vida.

Fuente: pagina12.com.ar


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